La naturaleza de la experiencia humana puede dividirse en tres categorías: física, cognitiva y emocional (si lo que denominamos “experiencias espirituales” debería considerarse una categoría aparte o resulta de la unidad de las tres, es un debate que excede el alcance de esta discusión). Clasificamos el dolor de un esguince de tobillo y la sensación de miedo, por ejemplo, como dos entidades completamente distintas. Esta diferencia en la calidad de cada experiencia tiende a reforzar la idea de una separación entre lo que llamamos mente y cuerpo. Sin embargo, en realidad, ambos constituyen un todo indivisible para el cual, al menos en los idiomas que conozco, no existe una palabra adecuada. Es increíblemente importante entender que ni siquiera es posible una desconexión, como si existiera una relación entre los dos que necesitara ser reparada. Lo que entendemos como el cuerpo y la mente es una unidad que tiene solo apariencia de dicotomía, como las dos caras de una misma moneda. El problema radica en que las expresiones que utilizamos para describir la dinámica de este "cuerpomente" no son lo suficientemente precisas y terminan confundiéndonos aún más. Para vivir una vida plena, es necesario abordar cada una de las tres categorías mencionadas en su nivel adecuado y trabajar hacia su unificación. En este texto, quiero hablar sobre la capa emocional y la obtención de estabilidad dentro de ella.

Imagina una final de un partido de alta competencia, ya sea de MMA, tenis, gimnasia u otro deporte. La tensión es palpable. El atleta, enfrentándose al desafío de un oponente formidable, debe navegar por el torrente interno de emociones abrumadoras. Este momento es lo que realmente separa a los campeones de los contendientes: aquellos que pueden reconocer y regular sus emociones se elevan a la cima; aquellos que son dominados por su propia inestabilidad quedan rezagados. Todos los deportistas de alto rendimiento poseen habilidades físicas destacadas, pero no todos pueden utilizarlas bajo presión extrema. Este momento es un testimonio del poder de la inteligencia emocional. El ejemplo puede trasladarse a cualquier situación de alta exigencia donde el margen de error es mínimo. Esto no se limita a atletas de élite o artistas destacados. Cada día, enfrentamos situaciones en las que la emoción sobrepasa nuestra razón, y el desenlace puede ser dramático.

¿Qué es una emoción? Para comprender mejor este terreno, conviene intentar desentrañar esta pregunta primero. A pesar de muchas teorías, estamos lejos de entender qué son realmente las emociones. Sin embargo, hay ciertos aspectos que conocemos y con los que podemos trabajar. Lo que llamamos emoción es un conjunto de sensaciones corporales que interpretamos y predecimos en un contexto dado. Durante mucho tiempo, se creyó que existía un patrón específico para cada emoción que era universal, independientemente de la cultura o el contexto. Sin embargo, investigadores como Lisa Feldman Barrett han refutado esta idea, demostrando que no existe un patrón emocional innato para todos los seres humanos. Feldman Barrett enfatiza que muchos factores intervienen en la construcción de una emoción, principalmente las experiencias individuales, las claves culturales y el contexto. Interpretando las sensaciones corporales que surgen en una situación dada, etiquetamos estas sensaciones según nuestra percepción personal, lo que determina cómo nuestro comportamiento se verá afectado. Este proceso no es consciente la mayoría de las veces, y el sistema se altera con una rapidez asombrosa. Cuando surgen emociones, movilizan el cuerpo: son el agente que inicia una acción y organiza el movimiento físico. ¡Cuando las emociones no se regulan, perdemos el control sobre nuestro comportamiento!

El término inteligencia emocional, acuñado por los psicólogos estadounidenses Peter Salovey y John Mayer (y popularizado por Daniel Goleman), se refiere a la capacidad de un individuo para reconocer, comprender, manejar y usar efectivamente sus propias emociones. Esto resulta en la capacidad de mantener un estado emocional constante, especialmente durante períodos de estrés elevado. La habilidad de enfrentar situaciones complejas sin sufrir alteraciones significativas del estado de ánimo es un buen indicador de alguien con alta inteligencia emocional. Las emociones extremas e incontroladas pueden afectar nuestra capacidad de rendir al máximo, lo que inevitablemente repercutirá en el movimiento físico y la cognición. Como en el ejemplo del atleta mencionado, el rendimiento máximo solo puede lograrse cuando la capa emocional está regulada. Tener control sobre las emociones no significa reprimirlas ni ignorarlas, sino ser capaz de observar las sensaciones que surgen en el cuerpo y no permitir que el flujo de información abrume y apague otros sistemas. Las decisiones tomadas bajo el control de las emociones nunca son adecuadas y suelen tener consecuencias negativas.

Un concepto relacionado, pero ligeramente diferente, es la estabilidad emocional dinámica, que incluye la capacidad de adaptarse y responder a situaciones cambiantes en tiempo real. Esto no solo implica mantener un estado emocional equilibrado, sino también regular las emociones según las demandas del contexto. Este concepto resalta la flexibilidad para navegar a través de un rango de emociones sin que estas afecten negativamente el rendimiento.

La interacción entre nuestras emociones, cognición y cuerpo físico crea un bucle cerrado donde cada elemento afecta al otro. Por lo tanto, no solo las emociones desreguladas afectan negativamente al cuerpo, sino que un cuerpo distorsionado también genera emociones negativas. Además, ambos, o cualquiera de los dos, influirán en el proceso de pensamiento de una persona. Cuando algo se descontrola en cualquier nivel, se crea una espiral descendente de la que es difícil salir. Esto significa que, para lograr un cambio real en el sistema, deben abordarse las tres categorías.

Puede que te preguntes: ¿para qué sirven las emociones si aparentemente generan tantos problemas? Los sistemas emocionales evolucionaron para proporcionarnos significado y movilizarnos en una dirección específica. Son un mecanismo de supervivencia y procreación heredado de nuestros ancestros. Las emociones son un flujo de información que se interpreta a través de la acción. Las etiquetas positivas o negativas que les asignamos son en gran medida resultado de condicionamientos individuales y sociales. Al comprender esto, podemos aprovechar el potencial de las emociones y dirigirlo. Existen muchas estrategias para desarrollar la inteligencia emocional, y es un proceso que dura toda la vida. Ante todo, es importante entender que es muy difícil trabajar con las emociones a través del pensamiento. Según el psicólogo Jonathan Haidt, la facultad cognitiva siempre encontrará una forma de justificar lo que la facultad emocional necesita. Argumenta que los aspectos emocionales e intuitivos de los juicios morales preceden al razonamiento consciente y moldean nuestras decisiones inclinando el proceso de pensamiento hacia una dirección ya decidida a nivel inconsciente. Por lo tanto, el pensamiento no es algo en lo que se pueda confiar. El enfoque debe estar en prácticas físicas que aumenten la conciencia del cuerpo y las sensaciones que produce. Cuanto más rápido se reconozca un patrón, mayor será el margen para reaccionar antes de que la emoción afecte el comportamiento. La capacidad para hacerlo depende de la sensibilidad que tengas hacia tu cuerpo.

Esta separación es crucial para desarrollar estabilidad emocional: observar el patrón en el cuerpo debe estar desligado del significado que automáticamente asociamos con él. Reconocerlo como lo que es: simplemente un flujo de información, es clave. Comprender que no todas las emociones que surgen son apropiadas para una situación dada, y que a menudo son solo una respuesta automática dictada por un condicionamiento previo, generará una separación necesaria que te dará tiempo para reflexionar sin caer en el comportamiento reactivo. La capacidad de regular la respuesta a una emoción emergente es un signo de madurez.

Entender la interacción entre nuestras emociones, cognición y movimiento físico es crucial para una comprensión integral de lo que significa ser humano. Para ello, debemos desarrollar una mejor relación con nuestros cuerpos. Aprender a no tratarlos como un recipiente de un "espíritu" efímero que produce pensamiento y emoción y, por lo tanto, ocupa un lugar superior en la jerarquía, sino como una capa unificadora del Ser, una parte integral de lo que somos. Regular las emociones solo es posible cuando prestamos más atención al cuerpo y nos involucramos regularmente en prácticas físicas conscientes. En palabras de Ido Portal: "Cuanto más sentimos y más profundamente lo hacemos, nos hacemos mas grandes". Particularmente más equilibrados, más calmados y más abiertos a convertirnos en una persona superior de la que somos actualmente.

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